En la burbuja, sin poderse mover, sólo mira a los ojos de su ser protector y le pregunta sin hablar: "¿hasta cuando te veré?" "No lo sé. Tú sólo sigue haciéndome esa pregunta que me ayuda a seguir mirándote. Y antes de cerrar los ojos, sigue diciéndome, con tu aceituno-azabache, que si te duermes, me seguirás queriendo desde cualquier otro lugar"
Las manos no se despegan del plástico duro. Las pupilas no se quieren separar por miedo a no volver a encontrarse. La intuición es más fuerte que el amor.
Saben que ya es el momento de avisar al servicio de urgencias. Para cada uno hay un equipo organizado: uno de cuidados paliativos, otro de anti-choc. Pero dentro de un tiempo se notará que cada uno habrá hecho su trabajo como sabe y para lo cual ha sido preparado. Pero a pesar de todo, quedará la cicatriz de una existencia deliciosa, a veces explosiva y, lo mejor, bien vivida, que no podrá ser borrada.
Siempre aparecerá la sonrisa que tenía cuando estaba subida en el carrusel en el que había que montarse de vez en cuando, cuando aún no había enfermado y era feliz.
El recuerdo se quedó escrito a fuego y hierro.
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